Cuando las emociones salvan o hieren te puedes volver adicto a ellas; una canción, un olor, una imagen o incluso una piel las puede disparar.
A esos disparadores a veces también nos hacemos adictos, como a la nicotina.
Estos relatos hablan de todo lo que deseamos y buscamos de forma compulsiva sin pensar en las consecuencias.
Aquellas sustancias o personas que nos crean un vacío con su forma, que liberan adrenalina, endorfinas, dopamina y, después, nada.
La inmovilidad también genera adicción. Y es que paradójicamente tendemos a preferir asomarnos desde lejos, quedarnos con las ganas y alimentarnos de ellas, a descubrir lo que podría pasar.
La nicotina te golpea, te asusta, te adormece y te engancha; la vida es blues.